viernes, 11 de septiembre de 2009

El drago milenario y puntos recónditos



Lo primero que debe afrontar el visitante cuando llega a Icod de los Vinos es una legión de caza turistas, se multiplican las ofertas para la degustación de vino blanco y queso de la zona. En cuanto al primero de los productos, lamento decir que me convenció más bien poco, encontré un caldo un tanto agraz y falto de cuerpo. Lo siento por los lugareños, pero un periodista debe huir de interpretar una polca briosa en busca del aplauso fácil, se limitará a expresar lo que cree que es justo, guste o no a la opinión pública. En cuanto al queso dicen los entendidos que sabe riquísimo, pero este alimento no entra dentro de mis apetencias.
El principal atractivo de Icod es el drago milenario, sobre cuya edad hay diversas especulaciones, los más optimistas lo sitúan por encima de los 3.000 años, otros más prudentes sostienen que supera el milenio, sin saber fijar con exactitud su edad. Como quiera que fuere es un ejemplar digno de ser contemplado. Los guanches lo tenían como planta sagrada por sus diversas propiedades, sobre todo por los poderes curativos atribuidos a su linfa roja.
El acceso al parque temático que rodea el drago cuesta cuatro euritos, la corporación municipal ya podría afanarse algo en mejorar la conservación del entorno. Aquello sería un edén a poco que los jardineros se esmeraran. El pueblo conserva su encanto en el casco antiguo.
Garachico es la siguiente escala, presenta una costa abrupta, con una especie de corredor angosto entre las rocas que aquí llaman el Caletón, donde los más osados desafían el continuo batir del Atlántico.
La ruta desde Buenavista del Norte hacia Masca ofrece un espectáculo paisajístico singular, si bien la TF-436 requiere vehículos pequeños y pericia a los mandos, una suerte interminable de virajes con barrancos a uno y otro lado jalonan el camino. Los colegas moteros con sus “R” entraban a saco metiendo rodillera en las curvas, si se presenta una furgoneta de frente pasas raspando los retrovisores. La isla de la Gomera se alza de hito en hito como un sueño en el horizonte. Estos caminos son para disfrutarlos con la bici, con el corazón a más de 170 pulsaciones en subida, oyendo el justo chirrido de la rueda trasera en el derrape de las bajadas.
Masca, un pueblecito singular y pequeño, casi malabar en la falda de una montaña se insinúa como el fin del mundo, al menos para apartarse de él. Dos mujeres platican a la sombra de unas palmeras, venden chumbos en unos cestos.
La siguiente escala tiene lugar en el puerto del acantilado de los gigantes, del cual parten diversas embarcaciones para contemplar desde el mar estos inmensos farallones. El aparcamiento resulta misión imposible.
El retorno a Puerto de la Cruz se hace más llevadero por la TF-82, vía El Tanque.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

La Orotava, un sueño del tiempo


El protagonismo en La Orotava lo acaparan sus balcones, con cierta reminiscencia árabe. A veces queda este paseante, en su imaginación un tanto pasada de rosca, con la sospecha que tras las celosías se oculta algún lance de amor, un encuentro apasionado entre dos personas que anduvieron separadas por el océano y el tiempo, ahora se funden en una tarde sin límites ni derroteros. En todo el caso antiguo el tiempo parece suspendido, anclado siglos atrás, rota la magia de vez en cuando por el molesto ruido de los neumáticos sobre las calles empedradas, resulta un peaje inexcusable de nuestros días. Las prisas tampoco son buenas consejeras, salvo para los horarios de visitas, a las 18:30 la mayoría de los lugares con acceso controlado ya están cerrados.
Es cierto que la llamada casa de los balcones, tiene un marcado uso turístico, que clama a gritos una restauración y otra vocación menos espuria, pero los derechos de propiedad se imponen a las utopías.
La vegetación cobra un esplendor especial por el clima tan generoso. El drago que aparece no es el milenario, aquél se encuentra en Icod de los Vinos, localidad que aparecerá en otra entrega. El baqueteado coche de alquiler dio de sí.

lunes, 7 de septiembre de 2009

El magnetismo del Teide


La subida al Teide es un imperdible en la visita a Canarias, ello lo saben bien las agencias de viajes y tratan de colocarte su excursión a toda costa, pero si de algo terminé harto este verano fue del autobús jaula, a mayor inri por el precio que cobraban te podías alquilar un coche durante tres días, por mucho que diga el tipo del “rent a car” se aconseja cogerlo con aire acondicionado. Salvo que tengas complejo de lagarto tizón, como los que tanto abundan en los alrededores del centro de visitantes. Están muy familiarizados con los humanos, a los que acercan en busca de comida.
La barrera idiomática que tanto fastidiaba en mi anterior periplo, había dejado de existir, los isleños son de un natural hospitalario y sosegado, entre otras muchas cualidades que se agradecen. La ruta va ganando altura desde La Orotava hacia las cañadas del Teide, el pino canario escolta el camino hasta cierta altura, en la que se rinde ante los rigores climatológicos.
El paisaje en la base del Teide es alucinante, uno tiene la impresión de que alguna divinidad pagana se tomó la tarea de labrar aquellos parajes. El espectador se siente un neutrón en medio de un universo que lo atrapa sin remisión.
Las alturas son otra filia de este nómada, hace años que hice cumbre en el Veleta, por lo que ahora tocaba subir un poco el listón de los tres mil. El teleférico genera colas de horas de espera, hasta que por fin accedes a la cabina, las condiciones de viento son cruciales para que este medio deje de funcionar, por suerte esta vez las rachas no superaban los 65 km/h, aunque la cabina se zarandea de lo lindo cuando coincide con los postes de sustentación.
El viaje mecanizado se acaba a los 3.555 metros de altura, para acceder a pie hasta la cumbre se precisa un permiso, con bastante antelación, expedido por una oficina situada en Santa Cruz, por lo que muchos topamos con el férreo control que nos impidió hacer realidad el lema del barón de Coubertin: “Citius, Altius, Fortius”.
No hay que dejar de visitar los alrededores del parador nacional, con las rocas tal vez más fotografiadas de España, así como dejar volar la imaginación en el llano de Ucanca.
Dejo aquí el relato para proseguirlo con La Orotava, una de mis poblaciones favoritas, es como si hubiera pasado por allí en alguna reencarnación anterior.

Impresiones

Todo es subjetivo, dejemos volar el yo imposible.

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